16/6/15, 15:41
¿De qué hablamos cuando hablamos de sustentabilidad?
Si bien la palabra no figura en el diccionario de la RAE (Real Academia Espanola), nos animamos a bucear en busca del verdadero significado de una palabra que dice mucho.
Si nos aventuramos a buscar el término sustentabilidad en el diccionario de la RAE (Real Academia Espanola) descubriremos una leyenda que nos informa “la palabra no está registrada”, pero nos sugiere otras dos, una de ellas: sostenibilidad, que significa cualidad de sostenible; hasta aquí es más bien escaso el aporte que nos ofrece el ilustrísimo diccionario.
Obviamente sí aparecen las entradas sustentar y sostener que provienen de la misma raíz latina; sin embargo, cuando se habla de sustentabilidad se hace referencia a un concepto complejo que excede ampliamente cualquier definición que pueda ofrecer un diccionario. Las primeras definiciones del concepto a nivel global aparecen en el libro “Nuestro Futuro Común”, más conocido como Informe de Brundtland, que fue presentado por la Comisión Mundial Para el Medioambiente y el Desarrollo, de la ONU, en 1987 y que contó con la participación de numerosos científicos y políticos de ideologías diversas provenientes de distintos países.
El conocido lema de la sustentabilidad: “satisfacer las necesidades de la actual generación, sin sacrificar la capacidad de satisfacer las necesidades de futuras generaciones” es producto de esa publicación que intenta además conciliar la histórica confrontación entre desarrollo y protección del medioambiente; abarca además dos dimensiones una espacial y otra temporal, la espacial en cuanto a la búsqueda de equilibrio entre las actividades humanas y el medioambiente, y la temporal entre la satisfacción de necesidades de las generaciones actuales y las venideras.
En el abordaje de estas dos dimensiones comienza a aparecer gran parte de la complejidad del concepto; complejidad que se ve incrementada todavía más cuando a la búsqueda de sustentabilidad ambiental se le adicionan los otros dos ejes, que gozan de gran consenso en la comunidad internacional, correspondientes a la sustentabilidad económica y social. La interacción, ahora entre los tres ejes de la sustentabilidad ambiental, económica y social promueve indefectiblemente un enfoque sistémico; o sea, empuja a comprender el concepto como un todo indisoluble, donde los intereses económicos promueven la generación de desarrollo y riqueza, pero también generan tensión con los requerimientos sociales y ambos presionan negativamente sobre el medioambiente a través de una población humana en continuo crecimiento.
Como consecuencia, todas las actividades humanas provocaron a lo largo de toda la historia y continuarán produciendo algún tipo de impacto ambiental; ya sea en mayor o menor medida; o con mayor o menor agresividad; pero en definitiva sobrepasando o manteniéndose dentro de los límites de la resiliencia, que es la capacidad de soportar cambios que posee cada ecosistema o región ecológica en particular, a través de diferentes procesos naturales como mecanismo de equilibrio.
De esta manera existen ecosistemas más frágiles que otros donde es más fácil sobrepasar los límites de resiliencia y por tanto el riesgo cierto de cambiar la funcionalidad o la estructura del sitio en cuestión. Para graficar esto, si pensamos en una ciudad, constituye la máxima modificación y superación de todos los límites de resiliencia de un determinado sitio ecológico. A fin de no extender demasiado la nota, lo invito estimado lector, a pensar todas las modificaciones al ecosistema que implica un desarrollo urbano, las diferencias con el sitio natural y el impacto que luego tiene la vida urbana en el ecosistema.
Poniendo el foco de la sustentabilidad en el terreno productivo, para el caso de nuestra realidad cotidiana cualquier monocultivo continuo nos acerca cada vez más a los límites de resiliencia del microecosistema de los suelos de nuestra región y de todo el país. La reducción en la frecuencia y cantidad de rotaciones, sumadas a la escasez de cobertura que dejan algunos monocultivos como soja o girasol propician un escenario de reducción de materia orgánica en el suelo; como consecuencia se reduce la actividad biológica, que a su vez disminuye la disponibilidad de nutrientes, aumenta la compactación y cercena la capacidad de retención de agua.
En los casos de monocultivos de gramíneas como trigo, cebada o maíz, ocurre lo mismo, el aporte de materia orgánica al suelo termina por ser deficitario debido a rendimientos se van deprimiendo ano a ano. En ocasiones se cree que la solución pasa por roturar el suelo, sin embargo representa una solución de corto plazo y como decíamos al principio el pensamiento de la sustentabilidad supera a nuestra generación actual.
Otras consecuencias de la roturación son los “planchazos”, muy comunes en esta época del ano y luego de lluvias intensas, cuya acción forma una capa superficial que interfiere negativamente en la infiltración y prolonga los encharcamientos en épocas de excesos hídricos como las acontecidas recientemente.
La diversidad de cultivos y de producciones acompanadas de Buenas Prácticas Agrícolas (BPA) constituyen importantes herramientas en la construcción de nuestro sistema agroalimentario sustentable, aunque en la coyuntura actual de precios de comodities deprimidos, altos costos de implantación de cultivos y con alta incertidumbre resulte difícil pensar en planteos que permitan diversificar las producciones. No obstante ello y con el aporte de todos los actores deberemos repensar como sostener cada pata de las tres que conforman la sustentabilidad para que no se caiga.
Autor:
José Luis Tedesco
Ingeniero Agrónomo (UNLP)
Director Adjunto de Agricultura Certificada Aapresid
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